Hay entre un sector
importante de la población, sobre todo entre la juventud, una tendencia a
simpatizar con un estéril discurso apolítico que en realidad en nada sirve, puesto
que nada cambia ni transforma. Es el discurso reduccionista que predica que en
política “todos son iguales”.
Hay casos particulares,
sin duda, en que en procesos electorales, tanto en México como en cualquier
otra parte del mundo, las opciones de todo el espectro político parecen tan iguales,
sobre todo tan igualmente reaccionarias y contrarias en sus plataformas a los
intereses populares, que podría, en esos casos en particular, estar justificado
el “todos son iguales”, aunque aún en esos casos se tendría que poner a debate
si se debe utilizar o no la regla del mal menor o del “menos peor”.
Pero hablando
propiamente del presente momento histórico por el que atraviesa México, y con
la definición clara de las tres principales opciones que tenemos hacia la
presidencia, afirmar que “todos son iguales”, me parece una deducción
absolutamente incorrecta.
Es tan diametralmente
opuesta, tan claramente distinta, la plataforma política de López Obrador de la
de Josefina y Peña Nieto (éstas dos sí, prácticamente idénticas), que es muy
difícil de entender que haya personas que no puedan distinguir las evidentes diferencias.
Tomemos como ejemplo
la propuesta educativa de nivel superior. Mientras que Vázquez Mota y Peña
Nieto seguirán apostando claramente por el actual modelo que excluye a cientos de
miles de jóvenes a través de la farsa del examen de admisión, Andrés Manuel,
por otro lado, dando incluso números, demuestra que con tan sólo menos del 1%
adicional del presupuesto nacional, se podría garantizar el acceso gratuito al
100% de los jóvenes en las Universidades Públicas.
También podríamos
hablar del compromiso de elevar al menos en 300 mil millones de pesos la inversión
pública con grandes obras por todo el país, lo que también por lógica
dispararía la inversión privada para abastecer las obras, lo que permitiría
crear un millón doscientos mil empleos al año y no sólo quinientos mil como
actualmente.
Otra propuesta es la
de abaratar los energéticos y acabar con los monopolios, lo que implicaría un
ahorro de al menos el 15% del ingreso mensual de las familias.
Todo esto ya sin
hablar de la propuesta de Andrés Manuel de eliminar completamente la
desnutrición en el país con el aumento del presupuesto en programas sociales
(que no son otra cosa que medidas de distribución de la riqueza y no “limosnas”
ni “populismo” como considera la derecha).
Estas simples medidas,
que tan sólo representan una pequeña parte del programa propuesto por AMLO,
trasladadas a la vida cotidiana, pueden significar la diferencia crucial para
millones de padres y madres entre poder y no poder ofrecer un plato de alimento
a sus hijos, entre poderles ofrecerles o no una vivienda digna, vestido, etc.
E incluso, la decisión
entre votar por AMLO o por el modelo derechista de Vázquez Mota-Peña Nieto,
puede significar la diferencia entre mantener unidas a millones de familias o
de separarlas ante la necesidad del padre de emigrar por cuestiones de trabajo.
Visto de esa manera, ¿todos son lo mismo?
Alfredo Rdz.
Publicado originalmente el 19 de marzo de 2012.
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